Fundadores
San Antonio María Claret y María Antonia París
Los fundadores de nuestra congregación, S. Antonio María Claret y Mª Antonia París, iniciaron su labor en Santiago de Cuba en 1855, convencidos de la necesidad de la educación de los niños y jóvenes en la confianza y el amor fundamentados en la Palabra de Dios.
Antonio Claret nace en Sallent (Barcelona), en la víspera de Nochebuena de 1807, en el seno de una familia profundamente cristiana, dedicada a la fabricación de tejidos.
Su infancia transcurrió en medio de la guerra napoleónica, la influencia de las ideas de la revolución francesa y las tensiones entre absolutistas y liberales que marcaron de alguna manera la vida del santo. La eternidad y la providencia de Dios son dos aspectos que marcan su piedad religiosa infantil a la vez influida por la devoción a la Virgen María y a la Eucaristía.
A los doce años, su padre le pone a trabajar en el telar familiar y posteriormente le envía a Barcelona para perfeccionarse en el arte textil. Se dedica con verdadera pasión al trabajo; vivía para él día y noche. Sus oraciones, en cambio, no eran tantas ni tan fervorosas, aunque no deja la misa dominical ni el rezo del rosario. Obsesionado por la fabricación, a veces se sorprende durante la misa con “más máquinas en la cabeza que santos en el altar”. Un día recuerda las palabras de Cristo en el evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al fin pierde su alma?”. Y a los 22 años ingresa en el seminario de Vic, sin perder de vista la intención de ser monje cartujo.
Pero de modo providencial el Señor le demuestra que su vocación es otra. A los 27 años es ordenado sacerdote y comienza su tarea parroquial, reforzada siempre por una intensa vida de oración y de estudio.
La parroquia no era lo suyo. Siente, cada vez con más fuerza, que el Señor lo llama a evangelizar. La situación política en Cataluña, dividida por la guerra civil entre liberales y carlistas, y la de la Iglesia, sometida a la desconfianza de los gobernantes, no dejaba otra solución que la de salir de su patria y ofrecerse a Propaganda Fide, encargada entonces de toda la obra de evangelización de cualquier tipo.
En Roma se prepara con unos ejercicios espirituales y el director, que es jesuita, le invita a realizar su proyecto ingresando en la Compañía de Jesús. Pero una enfermedad inesperada le descubre que tampoco ése es su camino y se ve forzado a regresar a su tierra. El P. General de los jesuitas le dijo con resolución: “Es la voluntad de Dios que usted vaya pronto a España; no tenga miedo; ánimo”.
Poco después es enviado por su Obispo a predicar por Cataluña y por toda la Península como misionero apostólico. Recorrió prácticamente toda la región de 1843 a 1847, predicando la Palabra de Dios, siempre a pie, sin aceptar dinero ni regalos por su ministerio. Le movía a ello la imitación de Jesucristo. A pesar de su neutralidad política, pronto iba a suf rir persecuciones por parte de los gobernantes, y calumnias de quienes combatían la fe.
Pero San Antonio María Claret no iba a ser sólo predicador incansable de misiones al pueblo y de ejercicios a sacerdotes y religiosas. Pronto va descubriendo otros medios de apostolado más eficaces. Muy pronto se dio cuenta del ansia de buena parte de la población por la lectura, del efecto que causaba la propaganda anticatólica y de que la palabra escrita permanece y llega incluso a más gente que la hablada. Publicó devocionarios, pequeños opúsculos dirigidos a sacerdotes, religiosas, niños, jóvenes, casadas, padres de familia y fundó la Librería Religiosa en 1847 con el objeto de recaudar fondos y publicar y difundir obras buenas. Allí edita la Biblia, el Catecismo explicado y hojas de promoción cristiana.
Al serle imposible predicar en Cataluña por la rebelión armada, su obispo lo envió a las Canarias. De febrero de 1848 a mayo de 1849 recorrió las islas. Pronto y familiarmente se le comenzó a llamar “el Padrito”. Tan popular se hizo que es copatrono de la diócesis de las Palmas con la Virgen del Pino
De vuelta ya en Cataluña, el 16 de julio de 1849, funda en una celda del seminario de Vic la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. La gran obra de Claret comienza humildemente con cinco sacerdotes dotados del mismo espíritu que el Fundador. A los pocos días, el 11 de agosto, comunican a Mosén Claret su nombramiento como Arzobispo de Cuba. A pesar de su resistencia y sus objeciones a cuenta de la Librería Religiosa y la recién fundada Congregación de Misioneros, hubo de aceptar ese cargo por obediencia y fue consagrado en Vic el 6 de octubre de 1850.
La situación en la isla de Cuba es deplorable: explotación y esclavitud, inmoralidad pública, inseguridad familiar, desafecto a la Iglesia y sobre todo progresiva descristianización. Nada más llegar comprende que lo más necesario es emprender un trabajo de renovación en la vida cristiana y promueve una serie de campañas misioneras, en las que participa él mismo, para llevar la Palabra de Dios a todos los poblados. Dio a su ministerio episcopal una interpretación misionera. En seis años recorrió tres veces toda su diócesis. Se preocupó de la renovación espiritual y pastoral del clero y la fundación de comunidades religiosas. Para la educación de la juventud y el cuidado de las instituciones asistenciales logró que los Escolapios, los Jesuitas y las Hijas de la Caridad establecieran comunidades en Cuba. Con la M. Antonia París fundó las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas el 27 de agosto de 1855. Luchó contra la esclavitud; creó una Granja-escuela para los niños pobres, puso una Caja de Ahorros con marcado carácter social, fundó bibliotecas populares. Tanta y tan diversa actividad le supone enfrentamientos, calumnias, persecuciones y atentados. El sufrido en Holguín (1 febrero 1856) casi le cuesta la vida, aunque le hace derramar su sangre por Cristo.
La Reina Isabel II lo elige personalmente como su Confesor en 1857 y se ve obligado a trasladarse a Madrid. Debe acudir semanalmente al menos a la Corte a ejercer su ministerio de confesor y a cuidarse de la educación cristiana del príncipe Alfonso y de las infantas. Debido a su influencia espiritual y a su firmeza, poco a poco va cambiando la situación religiosa y moral de la Corte. Vive austera y pobremente.
Los ministerios de palacio no llenan ni el tiempo ni el espíritu apostólico de monseñor Claret: ejerce una intensa actividad en la ciudad: predica y confiesa, escribe libros, visita cárceles y hospitales. Aprovecha los viajes con los Reyes por España para predicar por todas partes. Promueve la Academia de San Miguel, un proyecto en el que pretende aglutinar a intelectuales y artistas para que “se asocien para fomentar las ciencias y las artes bajo el aspecto religioso, aunar sus esfuerzos para combatir los errores, propagar los buenos libros y con ellos las buenas doctrinas”.
A raíz de la revolución de septiembre de 1868 parte con la Reina hacia el exilio. En París mantiene su ministerio con la Reina y el Príncipe de Asturias, funda las Conferencias de la Sagrada Familia y se prodiga en múltiples actividades apostólicas. Para la celebración de las bodas de oro sacerdotales del Papa Pío IX va a Roma. Participa en la preparación del Concilio Vaticano I, en el que interviene defendiendo la infalibilidad pontificia. Al concluir las sesiones, con la salud ya muy quebrantada y presumiendo próxima su muerte, se traslada a la comunidad que sus Misioneros tienen en Prades (Francia). Hasta ahí llegan sus perseguidores, que pretenden apresarle y llevarlo a España para juzgarlo y condenarlo. Debe huir como un delincuente y refugiarse en el monasterio cisterciense de Fontfroide, donde a los 63 años, rodeado del afecto de los monjes y de algunos de sus misioneros, fallece el 24 de octubre de 1870.
Sus restos mortales se trasladaron a Vic en 1897. Es beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934. Pío XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950.
La vida de Mª Antonia París comienza en medio de una situación muy adversa. Las tropas francesas habían entrado en Cataluña y la guerra de la Independencia se extendía por el país. Su padre había muerto dos meses antes de su nacimiento. Su madre, Teresa Riera, llegó a Vallmoll, viuda y con una hija de tres años, huyendo de los soldados franceses y en avanzado estado de gestación. El 28 de junio de 1813 nace María Antonia.
Su vocación religiosa nació en la adolescencia, a raíz de una misión predicada por los franciscanos del monasterio de Escornalbou en Tarragona. Decidida, ingresa en 1841 en la Compañía de María como postulante en la comunidad de la ciudad. Es una situación en la que se mantiene durante nueve años a causa de la legislación civil que impedía a las órdenes religiosas admitir novicias.
El año 1850 sería decisivo para la vocación religiosa de la joven. Por un lado, recibe permiso especial para iniciar el noviciado al que se incorporar con el nombre de Mª Antonia París de San Pedro, y por otra, conoce a Antonio María Claret, misionero de gran actividad fundacional que visitaba Tarragona. A él le desvela el anhelo que íntimamente había forjado de fundar una nueva institución destinada al apostolado y a la enseñanza basada en la vida religiosa fundamentada en la pobreza y fidelidad al evangelio. Cree firmemente que los problemas que tiene la Iglesia en España provienen del poder y la riqueza terrenal que había acumulado durante siglos, hechos contradictorios con el espíritu evangélico.
Dos años más tarde, Antonio María Claret fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba y llama a María Antonia a aquel país americano para llevar a término la tarea misionera y docente que la novicia deseaba. Su inquietud por iniciar una actividad religiosa diferente y de acuerdo con su concepto de práctica evangélica, de una nueva forma de vida religiosa en la Iglesia va a ser más fuerte que la incógnita de un país desconocido y las dificultades de un largo viaje. El año 1852 junto a cuatro compañeras, inicia la travesía del Atlántico rumbo a la isla del Caribe. Los inicios fueron duros, las fiebres enferman y causan la muerte de la hermana Florentina a los tres meses de llegar a la isla.
Al año siguiente comienza a funcionar en Santiago de Cuba la escuela de niñas blancas y negras. María Antonia París se rebela contra la legislación vigente en la isla que era discriminatoria según la cual se prohibía la asistencia de niños de ambas razas a un mismo colegio. Sus aulas también acogen a niñas pobres de forma gratuita. Las religiosas se movían en el principio fundacional “vivir con fidelidad los consejos evangélicos y trabajar para enseñar a toda criatura la ley del Señor”. La comunidad iba creciendo.
Para consolidar este proyecto, María Antonia eleva la propuesta fundacional al Papa Pío IX, el 25 de agosto de 1855, el arzobispo Claret firma la constitución de la Congregación con el nombre de Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, que, con el tiempo, se convertía en Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas, de acuerdo con la idea que ambos fundadores habían proyectado hacía tiempo de difundir el mensaje cristiano en tierras de América como misioneros.
Eran dos religiosos convencidos que la Iglesia había de abordar una reforma fundamentada en la pobreza que solamente mediante hombres y mujeres comprometidos en una vida religiosa de sencillez y la práctica fiel del Evangelio y el trabajo, el servicio y la educación en favor de los pobres.
La acción de la fundadora iniciada en Santiago de Cuba se concentró en la educación de las niñas que serían futuras mujeres. En la formación de la mujer tenía depositadas grandes esperanzas como un medio de promoción y dignificación de la condición femenina en la sociedad cubana.
En diferentes capítulos de las constituciones fundacionales, expresó el método que se aplicaría a las aulas. Así, propuso una estrecha relación con los padres de los alumnos, y en relación al contenido de las materias impartidas “se enseñará a las jóvenes a trabajar toda clase de labores, a leer y escribir, cuentas y gramática y todo aquello que requiere la buena educación de una doncella que ha de llevar adelante a su familia”. También insistió en la necesidad de incentivar a las niñas con premios y reconocimientos “a fin de estimularlas y tenerlas a todas contentas“. Se dirige a las maestras diciendo “han de procurar con todo su esfuerzo personal ganarse el corazón de sus discípulas” y que “su forma de actuar, la caridad, la paciencia, la dulzura, la afabilidad, la prudencia y la modestia, sean las primeras lecciones que las alumnas han de poder aprender de sus maestras“.
En 1859 vuelve a España y funda un noviciado en Tremp. Consolidó aquella comunidad y colegio. En 1867 funda una nueva comunidad en Reus, con el nombre de Instituto de María Inmaculada de la Enseñanza, que estaría dedicado a la enseñanza de las jóvenes.
Afirmada la comunidad de Reus, María Antonia París continuó fundando diversos centros en las poblaciones de Carcaixent, Vélez-Rubio y otra casa en Cuba, en Baracoa.
Los últimos años, como Priora de la comunidad de Reus fueron difíciles. Después de 35 años de intensa vida apostólica, de nuevas fundaciones, de superación de problemas y adversidades y el sufrimiento de una enfermedad, abandonaba la vida en la tierra el 17 de enero de 1885, rodeada de las hermanas de su comunidad. Su cuerpo fue sepultado en la cripta de la iglesia del convento de Reus.
En la actualidad la fundadora María Antonia París tiene abierto un proceso de beatificación que está pendiente en Roma. Juan Pablo II, el 23 de diciembre de 1993 declaró la heroicidad de las virtudes de la religiosa-fundadora que es considerada en la Iglesia Católica como Venerable. Los numerosos escritos que dejó son los mejores documentos que revelan su personalidad religiosa y humana: Autobiografía, Recuerdos y notas, Diario, Puntos para la Reforma de la Iglesia, El Misionero Apostólico, Constituciones, Reglas de 1862, Testamento y Epistolario.
Actualmente, las religiosas herederas de María Antonia París continúan fieles a la inspiración fundacional. Nos encontramos por toda la geografía: Argentina, Brasil, Bélgica, Colombia, Congo, Corea, Cuba, España, Estados Unidos, Filipinas, Honduras, India, Italia, Japón, México, Panamá, Polonia, Santo Domingo, Sri Lanka, Venezuela, El Salvador, Ucrania, Camerún, Nigeria, Indonesia … Las nuevas generaciones de la congregación han sabido adaptar su tarea a las necesidades y demandas concretas del momento. Reparten su asistencia y servicio entre la educación, las obras sociales a los más desfavorecidos, la evangelización en comunidades parroquiales.
En el año 2005 conmemoramos el 150 aniversario de la fundación de las Misioneras Claretianas. Junto con las demás ramas de la Familia Claretiana recordamos aquellas frases de María Antonia París: “Los segundos apóstoles han de ser copia viva de los primeros, así en el nombre como en las obras. Con la antorcha del Evangelio en la mano han de iluminar a los hombres más sabios y a los más ignorantes”.